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domingo, 9 de junio de 2013

Maíz Trasgénico en México ¿Problema Ambiental o Resistencia a la Agrobiotecnología?




"El invento del maíz por los mexicanos, sólo es comparable con el invento del fuego por el hombre”               
                                        Octavio Paz

 
Actualmente predominan en el mercado mundial cuatro cultivos de transgénicos u organismos genéticamente modificados (OGM): maíz, algodón, soja y canola. Estos se siembran con fines comerciales en varios países como Estados Unidos, México, Argentina, Brasil, Canadá, India, China, Paraguay y Sudáfrica. Las transformaciones genéticas incorporadas a estas variedades comerciales son básicamente: resistencia a los herbicidas que se aplican al cultivo y resistencia a los insectos plaga. Al mismo tiempo se busca mejorar la productividad y rentabilidad, ya que con estas características se reduce la superficie cultivada, obteniéndose la misma o más cosecha deseada. Es posible que en este instante, usted, sin saberlo, esté consumiendo algún alimento transgénico a base de maíz, pues éste forma parte fundamental de la alimentación mexicana. Y es que siendo muy sensatos, en México, tenemos una cultura maicera procedente de tiempos prehispánicos. Consumimos mucha tortilla, aunque en otros países se nos critica por ello. 

Pero ¿Cómo se introdujo el maíz transgénico en México? ¿Representa realmente algún peligro para la salud humana y animal? ¿Tendrá repercusiones negativas ambientales? ¿Debería prohibirse radicalmente su expansión? ¿Está en nuestras posibilidades hacerlo? ¿Hay que preocuparse demasiado por ello? 

Antes de contestar estas preguntas haga conmigo un viaje retrospectivo hacia los inicios de la agricultura, la cual nos ubicaría en los aproximadamente 7,000 ó 10,000 años A.C., cuando los primeros agricultores seleccionaron las semillas de las plantas silvestres y comenzaron a modificarlas” con la finalidad de perpetuar sus alimentos, bajo una vida sedentaria. Así en el sudoeste asiático algunos pastos silvestres se convertirían en lo que hoy conocemos como la cebada y el trigo; en México sería el teocintle o maíz silvestre, así como las calabazas, los chiles y los frijoles; mientras que en el Perú, serían las papas. 

Seguramente que ya está pensando en cómo fue posible para los agricultores de antaño, carentes de ingeniería genética, modificar al teocintle hasta llegar a convertirlo en lo que conocemos hoy día: el maíz. La respuesta es tan lógica como sencilla. El flujo de genes vía semilla ha sido el mecanismo más explícito para lograrlo. Recuerde que los agricultores de regiones distantes siempre han intercambiado sus semillas con la finalidad de probar si la que reciben les proporcionará alguna característica deseable o de mayor interés. Posteriormente se procede a la mezcla directa entre la semilla adquirida y la propia o nativa. Para lograrlo se siembra una al lado de la otra, o tan cercanamente como sea posible, a fin de favorecer la fecundación cruzada por intercambio de polen. Además, en cada cosecha se seleccionan siempre las mejores mazorcas y de éstas también se eligen las mejores semillas que serán utilizadas para la siembra del siguiente ciclo agrícola. Todo  ello, bajo una minuciosa selección. Así "el invento del maíz por los mexicanos, sólo es comparable con el invento del fuego por el hombre”, de acuerdo con Octavio Paz.


 
Dicha práctica favorece la acumulación de genes diversos y la formación de mazorcas y semillas cada vez más robustas. Esto es el fitomejoramiento y se sigue practicando hasta el día de hoy en todas las comunidades del país para diversas especies. Por lo tanto, el manejo manual y empírico que se ha dado al maíz durante los pasados 8,000 años, ha dado como resultado el movimiento de genes para formar razas criollas tal como las conocemos actualmente. Éstas se han producido de forma dinámica y cambiando continuamente como resultado de la selección humana y natural. En consecuencia, el término “maíz criollo” corresponde, a las diversas variedades regionales encontradas en todo el territorio mexicano. Desde el blanco, amarillo y color azul, son algunas evidencias que manifiestan los maíces mexicanos.

Pero los avances de la ingeniería genética moderna han permitido, llevar a cabo, en muy pocos años y de forma más controlada, lo que antes costaba décadas y hasta siglos para conseguir, características deseables que sólo estaban en la mente de los agricultores y que era imposible obtener con las viejas técnicas de cruza y selección. Organismos tanto vegetales como animales, que habían estado por completo fuera de la gama de posibilidades de ser donadores de genes, pueden ser usados, hoy en día, para donar características deseables a plantas de cultivo y a algunos animales. Esos organismos no proporcionan su conjunto completo de genes sino que, más bien, donan sólo uno o unos cuantos genes a la planta receptora. Por ejemplo, un solo gen de resistencia a los insectos de la bacteria Bacillus thuringiensis puede ser transferido a una planta de maíz para obtener maíz Bt, el cual ya está siendo probado en campo. Puede decirse que el mejoramiento genético del maíz y de otros cultivos básicos, ha dado un gran salto para beneficio de la humanidad. ¿Realmente lo será? 

Como antecedente, le diré que, la ingeniería genética se utilizó inicialmente sólo para producir sustancias de uso farmacéutico, como la insulina, modificando genéticamente ciertos microorganismos. Con los posteriores avances se obtuvieron también enzimas para uso industrial, como la quimosina recombinante, utilizada para elaborar el queso. Posteriormente se han obtenido vegetales y animales modificados genéticamente para mejorar sus propiedades. De hecho la mayoría de la soja y el maíz que se consume en los Estados Unidos es transgénico.

Sobre el cómo se introdujo el maíz transgénico en México, se han considerado varias posibles hipótesis tales como: 

La siembra del grano básico proviene de importaciones que se hacen. En Estados Unidos, por ejemplo, luego de la cosecha no se etiqueta ni se separa el maíz transgénico del grano no transgénico y así se despacha o envía. Las importaciones mexicanas de maíz estadounidense transgénico son en una proporción de 25 al 30 por ciento.
A través de contrabando o introducción ilegal. Este tipo de manipulación de semillas es practicado a hurtadillas, generalmente por turistas y trabajadores migratorios que regresan de Estados Unidos.
Por los programas oficiales de semillas sin supervisión. Una ruta probable de introducción de nuevos genes, es decir, de propagación y persistencia de genes en las razas nativas, consiste en que campesinos de comunidades rurales siembren granos transgénicos importados que han llegado a sus manos a través de una dependencia gubernamental, como por ejemplo, Diconsa, S.A. de C.V.
Redes comerciales de semilla en pequeña escala. Grupos con o sin ninguna experiencia sobre el manejo y distribución de semillas agrícolas. Con frecuencia también el desconocimiento de las leyes y normas oficiales que regulan el movimiento y comercio de semillas, tanto por parte de estas redes como de los consumidores. 
Mala supervisión de las pruebas realizadas en campo. Por ejemplo, en el año 2000, luego de que se aprobara para uso exclusivo en la alimentación animal estadounidense, el maíz transgénico (Bt) o StarlinkTM, se cultivó ampliamente, sin embargo, de forma inadvertida se introdujo en el suministro para consumo humano.

Sobre el asunto de si el maíz transgénico representa algún peligro para la salud humana y animal, le diré que no existe evidencia alguna de que el proceso de crear cultivos genéticamente mejorados sea dañino o benéfico. Lo que sí deberá evaluarse - a posteriori - , serán los efectos negativos o positivos de los productos obtenidos a partir de las plantas transgénicas. Hasta la fecha el aspecto de la salud del consumidor no ha sido suficientemente investigado y hay carencia de evidencias científicas reconocidas. Ello pudiera ser peligroso porque estamos ante alimentos totalmente nuevos y la privatización de la investigación tiene gran influencia en la búsqueda de esta evidencia. Asimismo los problemas de la soberanía alimentaria y la protección del maíz en México cobran especial relevancia. De todas formas hay que reconocer que tuvieron que pasar 50 años, para darnos cuenta de los efectos ocasionados por la bien intencionada Revolución Verde. Por dondequiera hay muestras de cánceres y diversas enfermedades atribuidas al uso excesivo y descuidado de los agroquímicos.


En el ámbito ecológico o ambiental, tampoco hay mecanismos que nos permitan prever si algún gen procedente de transgénicos pudiera tener efectos mayores en la diversidad genética de las razas criollas o teocintles, que otros genes de cultivares modernos empleados usualmente. El argumento para ello es que el maíz es una planta de fertilización cruzada, con una muy elevada frecuencia de recombinación genética, y resulta poco probable que el movimiento de genes se llegue a desplazar más que a una porción sumamente pequeña de la reserva genética nativa. En cambio, los nuevos genes se agregarían a la mezcla dinámica de genes ya presentes en las razas locales. Así, la introducción de unos cuantos genes individuales difícilmente tendrá algún efecto biológico significativo en la diversidad genética de las variedades criollas de maíz. Si bien la trasmisión de genes ofrece un panorama alentador, aún está sujeta a un intenso debate que involucra aspectos políticos, económicos, científicos y éticos.


Otro de los argumentos a favor incluye la disminución del uso de pesticidas y herbicidas. A mediados de los años 1990, las compañías de semillas y agronegocios comenzaron a publicitar semillas genéticamente modificadas que prometían reducir el uso de pesticidas. En la actualidad, la mayoría de los cultivos genéticamente modificados, entre los que figura el maíz, contienen un gen de resistencia a pestes o tolerancia a herbicidas. Esto representa un gran logro a favor del medio ambiente.

Entre los argumentos en contra figura el peligro para la vida salvaje. Los ambientalistas insisten en que estos cultivos pueden provocar daños en la vida de otros seres vivos, como en las mariposas, aves y ciertos mamíferos. Si bien algunos estudios han demostrado que las mariposas que consumen productos genéticamente modificados mueren en una gran proporción, los resultados de estos estudios no pueden extrapolarse a lo que ocurre en el campo, ya que estos animales han estado en contacto con grandes cantidades de organismos genéticamente modificados (lo cual es poco probable que suceda en la naturaleza). Nuevamente nos encontramos con la situación anterior; no hay datos científicos que puedan ayudar a estimar el impacto del uso de este tipo de cultivos

Sobre ¿qué hacer ante la expresión pública que por una parte favorece a los transgénicos y por otra los sataniza? La recomendación más idónea y conciliadora que da Fernando R. Funes Monzote, es no hacer nada y dejar que esta tempestad revolucionaria se derrumbe por sí sola como ha ocurrido con otras tantas tecnologías similares. Eso no impide que haya gente que toma la decisión personal de no consumir transgénicos. También hay quienes no consumen ningún tipo de carne; o aquellos que no comen cerdo. Y están los que tajantemente rechazan recibir una transfusión de sangre y hasta vacunarse. 

Y para aquellos campesinos que no deseen sembrar cultivos transgénicos por razones diversas, deben acceder a mercados preferenciales de productos orgánicos y otros que estén libres de transgénicos. 

Hay que reconsiderar lucidamente que, adentrados en pleno el siglo XXI, el debate de los transgénicos tiende hacia otros intereses distintos. Queda claro que no estamos ante una revolución tecnológica que vaya transformando la producción agroalimentaria, sobre todo si comparamos la agrobiotecnología actual con el paquete tecnológico que generó la Revolución Verde (RV) en nuestro país y que se impuso como el modelo tecnológico más dominante de granos básicos en todo el mundo. 

Recuerde también que mucha de la ciencia objetiva que se genera no tiene persistencia en el campo y existe, lamentablemente, muy poco vínculo con la sociedad. En consecuencia los gobiernos, los políticos y los científicos tienen mucha más responsabilidad; las consecuencias de una equivocación serán mucho más dramáticas e incontrolables. Los OMG no entienden ni obedecen normas burocráticas y administrativas. El riesgo solo puede minimizarse o asumirse con información, participación y precaución. No se trata de buscar al “enemigo”, necesitamos seguir investigando y establecer nuestra postura al respecto. 

La Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en 2004, advirtió que: “La ciencia no puede afirmar que una tecnología está completamente exenta de riesgos. Los cultivos sometidos a la ingeniería genética pueden reducir algunos riesgos ambientales asociados con la agricultura convencional, pero también introducirá nuevos desafíos que habrá que afrontar. La sociedad tendrá que decidir cuándo y dónde es lo bastante segura la ingeniería genética”. 

Si le interesa saber más sobre los transgénicos u otro tema relacionado puede escribir a joaquinbecerra16@gmail.com y con gusto le atenderemos.

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