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viernes, 22 de marzo de 2013

El Agua ¿Líquido Sempiterno o Simplemente un H2O?



En esta ocasión he querido compartir algunas reflexiones inusuales sobre el vital líquido o energía de vida que cobija a nuestra tierra y que es el mayor componente de nuestro cuerpo: El Agua. Francamente no estoy descubriendo el hilo negro, pues todo está prácticamente dicho y publicado por las diversas voluntades humanas que han consagrado su vida a la investigación del agua. Basta únicamente darse tiempo para leer y meditar los centenares de artículos y volúmenes escritos.

Le recuerdo que la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó el 22 de diciembre de 1993 la resolución A/RES/47/193, por la que el 22 de marzo de cada año se celebra el Día Mundial del Agua. Para este 2013 el lema es “Cooperación en la esfera del Agua”.

Empezaré citando un extracto de “El Agua de la Vida” de la autoría de Diego de J. Cruz Lara, quien nos dice que:

“… Las formas simples de vida
en el agua se gestaron,
en su seno se mutaron
para lograr la salida.

Siempre ha sido bendecida,
es agua el líquido interno
que está en el claustro materno,
ella sacia nuestra sed,
estamos a la merced
del liquido sempiterno. …”

Normalmente se piensa que el agua natural que consumimos es un compuesto químico cuya fórmula es H2O. Desafortunadamente esto no es así, debido a que el agua contiene diversas sustancias en solución y en suspensión, por lo que más bien se trata de una mezcla y no de algo tan simple como se nos ha enseñado. Esa molécula de la vida (H2O) que conocimos sólo a partir de la escuela secundaria, es la unidad primigenia del agua; un "plasma" en el cuarto estado de agregación de la materia. Sobre este particular enfoque, hay que hacer memoria de que el agua es el único compuesto que podemos encontrar en la naturaleza en los cuatro estados de la materia plenamente reconocidos: sólido, líquido, gaseoso y plasma. El plasma es el estado más común del universo y del que están compuestas todas las estrellas que vemos. Desde otros puntos de vista el agua es una turba de moléculas de H2O interactuando de forma extraordinaria y compleja según la temperatura.

Ahora bien, no todas las aguas que hay en la tierra son exactamente iguales. Existe un listado para reconocer las diversas clases de agua. Así, por ejemplo, se habla del Agua blanda, Agua carbonatada, Agua cruda, Agua destilada, Agua desionizada, Agua dulce, Agua dura; Agua hervida (o cocida?), Agua filtrada, Agua inteligente o Pi, Agua de lluvia, Agua mineral, Agua nieve, Agua osmotizada; Agua oxigenada, Agua potable, Agua salada, Agua sedativa, entre otras. Francamente es muy difícil encontrar un agua pura en la naturaleza porque normalmente está mezclada con muchas otras sustancias. Paradójicamente se conversa también, tanto en la literatura como entre los pobladores, del “agua juvenil” y el “agua sabia o madura”.

Normalmente hay mucho desinterés en las características físicas del agua. ¿Para qué preocuparse por ello?  Se dice, por ejemplo, que el agua mineral es buena para la salud, pero poca gente sabe que los minerales de esta agua pueden provocar endurecimiento de las arterias. Además, el agua mineral carbonatada tiene una alta acidez, y esto la hace nociva para el cuerpo. También se exhorta a tomar mucha agua simple cada día, y las recomendaciones van de 2 a 2.5 litros y hasta todo lo que se pueda. Esto tiene sus asegunes, ya que si tomamos demasiada agua los riñones no son capaces de funcionar lo suficientemente rápido, provocando una dilución de los niveles de componentes como el sodio, el potasio y el cloro. Entonces ¿Cuánto consumo de agua es considerado excesivo?  De acuerdo con la Dra. Rodríguez Zía (www.medicina-biomolecular.com), el exceso de agua se da cuando se consume más de lo que se elimina. El riñón puede filtrar entre 140–190 litros por día, luego los reabsorbe y sólo envía a la vejiga el agua que concentró las toxinas que debe excretar la orina, en promedio 2 litros de agua por día. Sin embargo, cada persona es un mundo y por lo tanto no podemos dar un número fijo de agua que debe tomar todo el mundo.

Resulta, por demás, reiterativo remembrar que el agua cubre el 71% de la superficie terrestre y forma lo que se conoce como la hidrosfera. El resto corresponde a la tierra seca, que forma el sostén de los asentamientos humanos y de las diversas actividades agropecuarias y forestales del planeta. Es tal como lo indica el Génesis bíblico: “Llegue a haber una expansión en medio de las aguas y ocurra un dividir entre las aguas y las aguas”… “Que las aguas que están debajo de los cielos aparezcan en un mismo lugar y aparezca lo seco…” Y…llegó a ser así.

Pero dejando pendiente el controversial y enigmático origen del agua, debemos recalcar que el 97% del agua existente en la tierra es agua salada, o sea de los mares y océanos, y sólo un 3%  corresponde a agua dulce, integrada por los hielos y las aguas subterráneas y superficiales. Quizás nuestro planeta debió llamarse más correctamente “AGUA”, debido a este caracter tan distintivo y dominante que le confiere el vital líquido; algo así como se maneja en los Códigos Internacionales de Nomenclatura Botánica y Zoológica. Por otra parte el ciclo del agua es el más activo de todos los ciclos que se conocen; el que mueve más materia en toda la tierra con la sola intervención de la energía solar y la fuerza de gravedad. Seguramente el agua que usted se está tomando en este preciso instante fue parte substancial de la vida de un dinosaurio, hace millones de años. Esta mismísima agua seguirá siendo parte de otros organismos futuros, gracias a su intricado y perpetuo ciclo hidrológico. Después de todo “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma (Lavoisier 1743-1794).

Por otra parte el cuerpo humano promedio se compone de un 70 por ciento de agua; el 30 % restante correspondería a materia sólida. Algo muy similar a la tierra. No obstante, como fetos, comenzamos nuestra vida compuestos en un 99 por ciento de agua. Para cuando nacemos, somos 90 por ciento agua, y cuando alcanzamos la adultez, esa proporción se reduce al 70 por ciento. Si morimos a una edad avanzada, es probable que seamos alrededor de 50 por ciento de agua. En otras palabras, a lo largo de nuestra vida, nosotros existimos principalmente como agua. Desde una perspectiva físico-biológica, los humanos somos la perpetuidad del agua. En consecuencia el agua es una fuerza vital que transporta la energía por todo nuestro cuerpo. Es el medio por el cual los nutrientes circulan a través de nuestro cuerpo.

Hay que destacar que el vapor de agua es asimismo un agua temporalmente invisible. ¿Acaso es una manifestación del estado “plasma” del agua? Las nubes están formadas por vapor de agua y muchos pensaríamos que esta agua no se ve, pero esto es un error de interpretación generalizado, ya que las nubes están formadas por millones de pequeñas gotitas de agua en suspensión (pequeños cristales de hielo) que se forman al enfriarse el vapor de agua procedente de la evaporación de los mares, océanos, lagos, etcétera. Las partículas que componen las nubes tienen un tamaño que varía entre 5 y 75 micras (0,0005 cm y 0,008 cm).  Dichas partículas son tan pequeñas que las sostienen en el aire corrientes verticales leves. Y aunque los efectos de las nubes se ven y se sienten, el cómo se forman sigue siendo un verdadero misterio.

Otra de las cosas más misteriosas sobre el agua es su anómala dilatación y de que el hielo flota en ella. En general cuando un cuerpo se calienta se dilata, es decir, se expande, y cuando se enfría se contrae, o sea, se reduce de tamaño. Pero esto no sucede con el agua, ya que cuando ésta se congela se dilata, es decir, aumenta de volumen. Teóricamente no debería ocurrir esto porque es el mismo volumen de agua, pero en estado de hielo llega a ocupar hasta un 10 % más del volumen inicial y tiene, además, menos densidad. Pero ¿por qué aumenta el volumen? Porque al enfriarse el agua, aumentan los puentes de hidrógeno entre las moléculas y las distancias entre ellos son más grandes y estables, es decir, las moléculas están más separadas formando una estructura similar a un panal de abejas. Por eso pierde densidad, flota en el agua líquida, y también aumenta de volumen. Inclusive cuando determinada superficie de agua se cubre de hielo, el medio ambiente de abajo permite que la vida continúe.


Por eso “No hagan daño ni al mar (es decir, “el agua”) ni a los árboles…”

Nuestra cultura moderna, ya muy cibernetizada en este adentrado Siglo XXI, nos ha hecho perder la actitud de respeto por el agua. Sin embargo, las antiguas culturas en verdad respetaban el agua, de hecho la veneraban. Hay, por ejemplo, muchos mitos griegos que se divulgaban para protegerla. Pero apareció la ciencia, dizque esplendorosa,  y rechazó estos mitos porque no eran científicos, o más bien, porque el rigor del método científico no encajaba allí. Así el agua perdió su misticismo y pasó a ser sólo otra sustancia que la tecnología podía limpiar cuando así se requiriera. Lamentablemente esto ha sido una utopía, pues cada vez está más evidenciado el deterioro de este extraordinario “recurso natural no renovable”. Es tal como lo reflexiona el Dr. Masaru Emoto (2005): “… ¿Cuáles son las deformidades del mundo? Son las del alma, y afectan al propio cosmos. Así como una gota que cae en un pozo crea una onda que se expande sin fin, la deformidad de una sola alma se expande por el mundo, lo cual genera deformidades globales…” Y esto es precisamente lo que estamos haciendo, graves aberraciones en nuestro líquido sempiterno.

La cuestión es pues entonces ¿Hacia dónde nos dirigimos en materia del agua? ¿Cuál es nuestro papel en la protección del agua de este planeta? ¿Qué es lo que no estamos haciendo para mantener la energía vital del agua? ¿Hasta cuándo entenderemos que si seguimos contaminando el agua se nos esfuma también la esperanza de vida? Sólo podemos solventar estas preguntas cuando reconozcamos que la composición de nuestro cuerpo es en proporción un 70% de agua. En que antes de convertirnos en seres humanos éramos sólo agua y andábamos en el agua o líquido amniótico de la matriz. Que todos nosotros tenemos una misión importante en esta vida: hacer que el agua vuelva a ser limpia y crear un mundo tranquilo y sano. Solo así entenderemos mejor qué es un ser humano y por qué nacimos y existimos como lo hacemos.

Como se dará cuenta hay muchísimas cosas qué investigar y reflexionar sobre el agua. Si gusta colaborar con algunas de sus reflexiones o notas puede escribirme a joaquinbecerra16@gmail.com y jbecerrazavaleta@yahoo.com.mx, y con gusto atenderé sus sugestiones.

Lecturas complementarias que no debería perderse por ningún motivo:


  •      Los mensajes ocultos del agua. Masaru Emoto (2005).
  •      Sequía en un mundo de agua. Danilo Antón y Carlos Delgado, Editores, (2000), Piriguazú Ediciones/CIRA-UAEM, 420p.


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