En esta ocasión he querido compartir algunas reflexiones inusuales sobre el
vital líquido o energía de vida que cobija a nuestra tierra y que es el mayor
componente de nuestro cuerpo: El Agua. Francamente no estoy descubriendo el
hilo negro, pues todo está prácticamente dicho y publicado por las diversas
voluntades humanas que han consagrado su vida a la investigación del agua.
Basta únicamente darse tiempo para leer y meditar los centenares de artículos y
volúmenes escritos.
Le recuerdo que la Asamblea
General de las Naciones Unidas adoptó el 22 de diciembre de 1993 la resolución A/RES/47/193, por la que
el 22 de marzo de cada año se celebra el Día Mundial del Agua. Para este 2013
el lema es “Cooperación en la esfera del Agua”.
Empezaré
citando un extracto
de “El Agua de la Vida” de la autoría de Diego de J. Cruz Lara, quien nos dice
que:
“… Las
formas simples de vida
en el
agua se gestaron,
en
su seno se mutaron
para
lograr la salida.
Siempre
ha sido bendecida,
es agua
el líquido interno
que
está en el claustro materno,
ella
sacia nuestra sed,
estamos a la merced
del liquido sempiterno. …”
Normalmente se piensa que el
agua natural que consumimos es un compuesto químico cuya fórmula es H2O.
Desafortunadamente esto no es así, debido a que el agua contiene diversas sustancias
en solución y en suspensión, por lo que más bien se trata de una mezcla y no de
algo tan simple como se nos ha enseñado. Esa molécula de la vida (H2O)
que conocimos sólo a partir de la escuela secundaria, es la unidad primigenia
del agua; un "plasma" en el cuarto estado de agregación de la materia.
Sobre este particular enfoque, hay que hacer memoria de que el agua es el único
compuesto que podemos encontrar en la naturaleza en los cuatro estados de la
materia plenamente reconocidos: sólido, líquido, gaseoso y plasma. El plasma es
el estado más común del universo y del que están compuestas todas las estrellas
que vemos. Desde otros puntos de vista el agua es una turba de moléculas de H2O
interactuando de forma extraordinaria y compleja según la temperatura.
Ahora bien, no todas las aguas que hay en la tierra son exactamente iguales.
Existe un listado para reconocer las diversas clases de agua. Así, por ejemplo,
se habla del Agua blanda, Agua carbonatada, Agua cruda, Agua destilada, Agua
desionizada, Agua dulce, Agua dura; Agua hervida (o cocida?), Agua filtrada, Agua
inteligente o Pi, Agua de lluvia, Agua mineral, Agua nieve, Agua osmotizada; Agua
oxigenada, Agua potable, Agua salada, Agua sedativa, entre otras. Francamente es muy
difícil encontrar un agua pura en la naturaleza porque normalmente está
mezclada con muchas otras sustancias. Paradójicamente se conversa también,
tanto en la literatura como entre los pobladores, del “agua juvenil” y el “agua
sabia o madura”.
Normalmente
hay mucho desinterés en las características físicas del agua. ¿Para qué
preocuparse por ello? Se dice, por
ejemplo, que el agua mineral es buena para la salud, pero poca gente sabe que
los minerales de esta agua pueden provocar endurecimiento de las arterias. Además,
el agua mineral carbonatada tiene una alta acidez, y esto la hace nociva para
el cuerpo. También se exhorta a tomar mucha agua simple cada día, y las
recomendaciones van de 2 a 2.5 litros y hasta todo lo que se pueda. Esto tiene sus
asegunes, ya que si tomamos demasiada agua los riñones no son capaces de
funcionar lo suficientemente rápido, provocando una dilución de los niveles de
componentes como el sodio, el potasio y el cloro. Entonces ¿Cuánto consumo de agua es considerado excesivo? De acuerdo con la
Dra. Rodríguez Zía (www.medicina-biomolecular.com),
el exceso de agua se da cuando se
consume más de lo que se elimina. El riñón puede filtrar entre 140–190
litros por día, luego los reabsorbe y sólo envía a la vejiga el agua que
concentró las toxinas que debe excretar la orina, en promedio 2 litros de agua
por día. Sin embargo, cada persona es un mundo y por lo tanto no podemos dar un
número fijo de agua que debe tomar todo el mundo.
Resulta, por demás, reiterativo
remembrar que el agua cubre el 71% de la superficie terrestre y forma lo que se
conoce como la hidrosfera. El resto
corresponde a la tierra seca, que forma el sostén de los asentamientos humanos
y de las diversas actividades agropecuarias y forestales del planeta. Es tal
como lo indica el Génesis bíblico: “Llegue
a haber una expansión en medio de las aguas y ocurra un dividir entre las aguas
y las aguas”… “Que las aguas que están debajo de los cielos aparezcan en un
mismo lugar y aparezca lo seco…” Y…llegó a ser así.
Pero dejando pendiente el
controversial y enigmático origen del agua, debemos recalcar que el 97% del
agua existente en la tierra es agua salada, o sea de los mares y océanos, y sólo
un 3% corresponde a agua dulce,
integrada por los hielos y las aguas subterráneas y superficiales. Quizás
nuestro planeta debió llamarse más correctamente “AGUA”, debido a este caracter tan distintivo y dominante
que le confiere el vital líquido; algo así como se maneja en los Códigos
Internacionales de Nomenclatura Botánica y Zoológica. Por otra parte el ciclo del agua es el más activo de
todos los ciclos que se conocen; el que mueve más materia en toda la tierra con
la sola intervención de la energía solar y la fuerza de gravedad. Seguramente
el agua que usted se está tomando en este preciso instante fue parte
substancial de la vida de un dinosaurio, hace millones de años. Esta mismísima
agua seguirá siendo parte de otros organismos futuros, gracias a su intricado y
perpetuo ciclo hidrológico. Después de todo “La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma” (Lavoisier 1743-1794).
Por otra
parte el cuerpo humano promedio se compone de un 70 por ciento de agua; el 30 %
restante correspondería a materia sólida. Algo muy similar a la tierra. No
obstante, como fetos, comenzamos nuestra vida compuestos en un 99 por ciento de
agua. Para cuando nacemos, somos 90 por ciento agua, y cuando alcanzamos la
adultez, esa proporción se reduce al 70 por ciento. Si morimos a una edad
avanzada, es probable que seamos alrededor de 50 por ciento de agua. En otras
palabras, a lo largo de nuestra vida, nosotros existimos principalmente como agua.
Desde una perspectiva físico-biológica, los humanos somos la perpetuidad del agua.
En consecuencia el agua es una fuerza vital que transporta la energía por todo
nuestro cuerpo. Es el medio por el cual los nutrientes circulan a través de
nuestro cuerpo.
Hay que destacar que el vapor de agua es asimismo un agua temporalmente
invisible. ¿Acaso es una manifestación del estado “plasma” del agua? Las nubes están
formadas por vapor de agua y muchos pensaríamos que esta agua no se ve, pero
esto es un error de interpretación generalizado, ya que las nubes están
formadas por millones de pequeñas gotitas de agua en suspensión (pequeños
cristales de hielo) que se forman al enfriarse el vapor de agua procedente de
la evaporación de los mares, océanos, lagos, etcétera. Las partículas que
componen las nubes tienen un tamaño que varía entre 5 y 75 micras (0,0005 cm y
0,008 cm). Dichas partículas son tan
pequeñas que las sostienen en el aire corrientes verticales leves. Y aunque los
efectos de las nubes se ven y se sienten, el cómo se forman sigue siendo un verdadero misterio.
Otra de
las cosas más misteriosas sobre el agua es su anómala dilatación y de que el
hielo flota en ella. En general cuando un cuerpo se calienta se dilata, es
decir, se expande, y cuando se enfría se contrae, o sea, se reduce de tamaño. Pero
esto no sucede con el agua, ya que cuando ésta se congela se dilata, es decir, aumenta
de volumen. Teóricamente no debería ocurrir esto porque es el mismo volumen de
agua, pero en estado de hielo llega a ocupar hasta un 10 % más del volumen
inicial y tiene, además, menos densidad. Pero ¿por qué aumenta el volumen? Porque
al enfriarse el agua, aumentan los puentes de hidrógeno entre las moléculas y
las distancias entre ellos son más grandes y estables, es decir, las moléculas
están más separadas formando una estructura similar a un panal de abejas. Por
eso pierde densidad, flota en el agua líquida, y también aumenta de volumen.
Inclusive cuando determinada superficie de agua se cubre de hielo, el medio
ambiente de abajo permite que la vida continúe.
Por eso “No
hagan daño ni al mar (es decir, “el agua”) ni a los árboles…”
Nuestra
cultura moderna, ya muy cibernetizada en este adentrado Siglo XXI, nos ha hecho
perder la actitud de respeto por el agua. Sin embargo, las antiguas culturas en
verdad respetaban el agua, de hecho la veneraban. Hay, por ejemplo, muchos
mitos griegos que se divulgaban para protegerla. Pero apareció la ciencia,
dizque esplendorosa, y rechazó estos mitos
porque no eran científicos, o más bien, porque el rigor del método científico
no encajaba allí. Así el agua perdió su misticismo y pasó a ser sólo otra
sustancia que la tecnología podía limpiar cuando así se requiriera. Lamentablemente
esto ha sido una utopía, pues cada vez está más evidenciado el deterioro de
este extraordinario “recurso natural no renovable”. Es tal como lo reflexiona el
Dr. Masaru Emoto (2005): “… ¿Cuáles son
las deformidades del mundo? Son las del alma, y afectan al propio cosmos. Así
como una gota que cae en un pozo crea una onda que se expande sin fin, la
deformidad de una sola alma se expande por el mundo, lo cual genera
deformidades globales…” Y esto es precisamente lo que estamos haciendo, graves aberraciones
en nuestro líquido sempiterno.
La cuestión es
pues entonces ¿Hacia dónde nos dirigimos en materia del agua? ¿Cuál es nuestro
papel en la protección del agua de este planeta? ¿Qué es lo que no estamos
haciendo para mantener la energía vital del agua? ¿Hasta cuándo entenderemos
que si seguimos contaminando el agua se nos esfuma también la esperanza de
vida? Sólo podemos solventar estas preguntas cuando reconozcamos que la
composición de nuestro cuerpo es en proporción un 70% de agua. En que antes de
convertirnos en seres humanos éramos sólo agua y andábamos en el agua o líquido
amniótico de la matriz. Que todos nosotros tenemos una misión importante en
esta vida: hacer que el agua vuelva a ser limpia y crear un mundo tranquilo y
sano. Solo así entenderemos mejor qué es un ser humano y por qué nacimos y
existimos como lo hacemos.
Como se dará
cuenta hay muchísimas cosas qué investigar y reflexionar sobre el agua. Si
gusta colaborar con algunas de sus reflexiones o notas puede escribirme a joaquinbecerra16@gmail.com
y jbecerrazavaleta@yahoo.com.mx,
y con gusto atenderé sus sugestiones.
Lecturas complementarias que no debería
perderse por ningún motivo:
- Los mensajes ocultos del agua. Masaru Emoto (2005).
- Sequía en un mundo de agua. Danilo Antón y Carlos Delgado, Editores, (2000), Piriguazú Ediciones/CIRA-UAEM, 420p.
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