Han llegado tripulando meteoritos, desafiando
presión atmosférica, fuerza de gravedad y radiación solar. Son polvo cósmico
procedente del corazón de la galaxia, nubes densas de gas y polvo que hay en el
medio interestelar, íntimamente relacionado con los orígenes de la vida en la
Tierra.
Estando aquí han desarrollado alas
que les permiten planear como los más sofisticados aeroplanos que se conozcan.
Han aprendido a navegar a propulsión como los barcos y submarinos, a veces en
ambientes extremadamente salados. Montan sobre la piel de los animales
igualando a jinetes del viejo Oeste. Con mayor frecuencia viajan en tractos
digestivos con escaso oxígeno y resistiendo la concentración de jugos
gástricos. Sus viajes pueden ser muy cortos, de apenas una decena de pasos,
pero otras veces constituyen largas travesías de hasta miles de kilómetros.
Por estas muchas razones, la
semilla es una innovación evolutiva de la naturaleza, el primer representante
de la reproducción sexual, cuyos componentes masculinos son los estambres
(polen) y femeninos el gineceo (ovario y óvulos). De forma más concreta, las semillas son óvulos
maduros de los cuales, al darse las condiciones adecuadas, nacerán nuevas
plantas. Para fines prácticos, la semilla es alguien que
se va de viaje y lleva su lonche o su torta bajo el brazo. Así podrá recorrer
enormes distancias. Las
semillas más antiguas que se conocen proceden del Devónico, esto hace unos 350
000 000 de años. El hombre, visto como especie, también es una semilla,
preocupado por colonizar y asegurar su permanencia. Hoy busca maneras de
conquistar el espacio sideral.
Partiendo de esta premisa, las
plantas necesitan dispersar o propagar sus semillas lo más lejos posible para
asegurar su descendencia, hasta que alcanzan un lugar con el suficiente
espacio, agua, nutrientes y luz que les permita germinar y crecer. Cada especie
vegetal ha desarrollado semillas con las mejores características para encontrar
el entorno más favorable, así como variadas formas de viajar. A este fenómeno
se le conoce como dispersión. La dispersión es llevada a cabo por los animales,
y a través del viento y del agua; también cuando los frutos de las plantas
explotan por sí solos.
La dispersión de semillas más
amigable con los animales es llamada zoocoria.
Para lograrlo algunas plantas producen frutos llamativos, dulces y jugosos que
atraen a muchos animales, incluso a personas. Después de ser comidos, sus
semillas son dispersadas por los excrementos, a veces muy lejos del lugar donde
fueron ingeridas. También hay semillas que viajan agarradas al pelo, plumas o
patas de los animales, que las transportan de un lugar a otro sin darse cuenta.
Este tipo de frutos normalmente tienen una estructura ganchuda, como los fastidiosos
cadillos que en alguna ocasión se nos han pegado sobre los pantalones o calcetines.
Otras semillas semejantes a palillos negros con piquitos terminales de una planta
llamada acahual, pega-pega, aceitillo o mozote, de las especies Bidens odorata y Bidens pilosa, se atoran en los pelos de los animales y también
sobre la ropa de las personas.
Así mismo, animales como los murciélagos
y las aves se comen los frutos y posteriormente defecan las semillas intactas
en otro lugar. Un caso curioso es el de las ardillas, las cuales juntan las bellotas
de los encinos (Quecus sp.) y las
entierran, pero con frecuencia olvidan dónde las guardaron. Con el paso del
tiempo estas semillas germinan por aquí y acullá.
La dispersión por viento o
anemocoria, donde encontramos las semillas más voladoras, permiten que el
viento las arrastre muy lejos y las deje caer a tierra como si fueran
paracaídas. Estas semillas producen adaptaciones en forma de alas giratorias,
espirales y hasta pelos plumosos. Un ejemplo de ello son los vilanos del Diente
de león (Taraxacum officinale), el Fresno
(Fraxinus uhdei), la Pochota (Ceiba aesculifolia; Ceiba pentandra) y
la Jacaranda (Jacaranda mimosifolia).
La liana de Borneo, Alsomitra macrocarpa,
tiene semillas con alas de hasta 13 cm de ancho, lo que les permite planear muy
bien e igualar su vuelo a naves certeras de combate, como las vistas en Star
Wars.
La dispersión a través del agua o
hidrocoria generalmente compete a plantas que viven cerca de lagunas, ríos y el
mar. Sus frutos o semillas al madurar caen en el agua y se alejan flotando. El
ejemplo clásico y más conocido es el del coco (Cocos nucifera), cuya semilla al caer al mar puede viajar miles de
kilómetros hasta encontrar un sitio adecuado para germinar. Por cierto, la
semilla más grande que se conoce es la del coco de mar (Lodoicea maldivica) que habita en las Islas Seychelles, que llega a
pesar de 18 hasta 20 kg.
También está la dispersión
provocada por explosión propia del fruto o autocoria, donde al deshidratarse
los frutos se rompen violentamente, provocando que las semillas salgan
disparadas. Este tipo de dispersión tiene un alcance limitado como en el caso de
la pata de vaca o pata de cabra (Bauhinia
variegata; B. divaricata), cuyas semillas se alejan tan sólo algunos
centímetros de la planta madre cuando la vaina revienta.
A
manera de conclusión:
Las semillas nos enseñan que lo
peor que le puede pasar a una persona es estar inactiva, sin haber intentado
nada, careciendo de estrategia propia. Ellas no se preocupan por permanecer
cerca de sus padres y hermanos. Saben que si germinan alejadas de sus
“hermanos” no tiene que competir con ellos por los mismos recursos como el
agua, los nutrientes del suelo o la luz del sol. Conquistar nuevos hábitats,
cohabitar con otras especies es parte esencial de su actuar. Están al tanto de que
el futuro se construye con lo que hacen hoy y que cada adaptación determina
simultáneamente su destino.
Con
mis atentos saludos,
Joaquín
Becerra-Zavaleta
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